Tuve un amigo entra±able que una vez se levant¾, de madrugada,desasosegado por si no le quedaba tiempo para volver a leer a Proust;este libro se despide con un tÚ que le pertenece. Alguien asÝ, al quedespiertan los propios sue±os, enciende una lßmpara que,milagrosamente, no se apaga, como en la fiesta judÝa. Cuando empecÚ apensar que tenÝa que reunir fragmentos de vida publicados aquÝ y allßcon momentos en marcha que parecÝan derivar de ellos, recordÚ esaaleg¾rica ense±anza de mi amigo y su necesidad de volver a En buscadel tiempo perdido. Una pÚrdida que no supone abandono o descuido,sino el dejar inevitable que va construyendo la partitura de nuestraexistencia.